Se veía venir, y así lo anunciaban las tendencias de opinión que se observaban en la calle o las encuestas: “El tercer problema que preocupa a los españoles y españolas es la clase política”. Así es, y así lo dice el CIS. No lo dice un periódico o una encuesta cualquiera, no. Lo dice el Barómetro mensual del Centro de Investigaciones Sociológicas, recogiendo perfectamente la sensación de desapego, desilusión y desafecto por la política y los políticos que se respira en las calles de nuestros pueblos y ciudades.
El resultado es demoledor para la clase política en general y muy preocupante para nuestra democracia. Fijaros: Por detrás del Paro –con el 81%-; y de los problemas de índole económico –con el 47.8%-; la tercera preocupación de la ciudadanía es la clase política –con un 16,8%, que se convierte en casi un 27% si sumamos a este tema los de la corrupción y el fraude.
Demoledor sin duda: Muy por encima de temas clásicos como el terrorismo o la seguridad ciudadana, la ciudadanía considera como su tercer problema en orden de importancia la Política, la forma en que se hace y cómo actúan los políticos. No podría ser de otra forma. La bronca, el partidismo, la manipulación informativa, la falta de rigor y de responsabilidad y también la corrupción y el fraude están tan imbricados en el comportamiento de nuestros políticos que es normal que la ciudadanía sienta que ese asunto es ya un problema importante.
Esta situación requerirá, sin duda, reflexión y un cambio de rumbo por parte de los partidos tradicionales y alentará también la aparición de alternativas. Pero de cada uno de nosotros dependerá realmente que este mensaje de preocupación se convierta en una oportunidad de mejorar. Es preciso que cambiemos el desánimo y el desapego por la implicación y la participación críticas, por supuesto, pero también activas. Nuestra influencia en la realidad de nuestros gobiernos locales; el esfuerzo por conformarnos una opinión personal sobre , al menos, lo más cercano; y el compromiso por participar e intervenir en el gobierno de nuestros asuntos -de los de todos- es la única vacuna para que los de siempre no aprovechen la situación para deteriorar, aún más, nuestra frágil democracia. De nosotros depende, amigos, hagámoslo con prontitud, valentía y corazón antes de que sea tarde.
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