La crisis económica es una realidad diaria. La incertidumbre se cierne a diario sobre nosotros, nuestros amigos, familiares o vecinos. Cada día, nos enteramos de una nueva empresa que ha cerrado o está a punto de hacerlo y alguien conocido se va al paro o se queda sin prestaciones. Todos reducimos nuestros gastos, y nos vemos obligados a apretarnos el cinturón; a hacer cura de humildad y rebajar nuestras expectativas. Esta crisis, que es global, en España, y aún más en León por falta de otras actividades económicas, tiene un color especial: El color rojo del ladrillo, que, de forma directa e indirecta, ha absorbido una gran demanda de mano de obra. Resulta urgente buscar otras opciones a esa demanda.
Esa urgencia está en el origen del Plan E que el Gobierno de España ha puesto sobre la mesa durante todo este año. El planteamiento es acertado y sencillo: La alternativa a la construcción es la ejecución de obras públicas. Así se han puesto en manos de todos los ayuntamientos españoles, cuyos ingresos se ven reducidos por la crisis, una auténtica riada de millones de euros. Con ellos deberían contratar la ejecución de obras de interés local en las que se emplearían a cientos de miles de trabajadores.
Pues bien, la visión detallada de las obras elegidas resulta, cuando menos, decepcionante: Juegos para parques –les llaman biosaludables- ; asfalto –dicen que ecológico- para pintar caminos rurales; carriles bicis diseñados más como una barrera que como una alternativa de accesibilidad en el centro de la ciudad; renovación innecesaria de alumbrados o mobiliarios; improvisaciones sin fin junto con obras de mera conservación, cuya financiación debería salir del presupuesto ordinario municipal. En fin, miles de millones de Euros dilapidados, creando poco empleo, en un ejercicio de derroche que a mi modo de ver está poniendo de manifiesto el escaso nivel de previsión y preparación de los gobernantes Locales. Creo que estamos ante una nueva oportunidad desaprovechada para invertir en estructura y futuro, y ante un auténtico despropósito del que algunos alcaldes deberían avergonzarse, sobre todo si engañan a sus vecinos diciéndoles que mantienen su esfuerzo inversor, cuando en realidad sólo están malgastando y dilapidando un montón de millones que, por supuesto, pagaremos todos.
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