Se va, no se va. Me quiere, no me quiere. Como un adolescente, temeroso y asustado, nuestro Alcalde deshoja la margarita para decidir si se va definitivamente de la Alcaldía, o se mantiene en ella. Mientras, la ciudad cuenta manifestantes, y sigue deteriorándose, víctima de un gobierno errático y sin cabeza.
Corría el mes de junio de 1.979. Han pasado ya treinta años. Por aquellas fechas se celebraban las primeras Elecciones democráticas en los municipios españoles desde la segunda república. El primer alcalde elegido en la ciudad de León fue socialista. Por diversas vicisitudes jurídicas, a los seis meses, Gregorio Pérez de Lera fue sustituido por Juan Morano Masa. A los dos les recuerdo: A Goyo, tristemente fallecido, con cariño y mucha nostalgia; a Juan, aún tengo la suerte de abrazarle y saludarle con sincero afecto de vez en cuando. Con ellos quiero resaltar que justo hace treinta años se inició un larguísimo periodo de gobiernos de centro-derecha en la ciudad de León. Durante este tiempo de aciertos y de errores, de decisiones transformadoras, y de proyectos fallidos y ruinosos, siempre hubo un importante número de gente que albergaba, honesta y legítimamente, la esperanza de que León se transformaría cuando la izquierda regresara al gobierno de la ciudad.
Tuvieron que esperar casi treinta años para volver a ver a un Alcalde socialista al frente de la casa de Poridad. Cuando vieron que Paco Fernández tenía a su servicio una mayoría suficiente y un gobierno estable, se sintieron, sin duda, ilusionados y llenos de esperanza. No quiero juzgar hoy, casi dos años después de su llegada a la Alcaldía, esa gestión. Hemos hablado ya de algunas decisiones, aptitudes y formas de gobierno que nos parecen equivocadas; y tiempo habrá de seguir haciéndolo en el futuro.
Hoy quiero recordar a nuestro alcalde su obligación con todo ese torrente de ilusión. Acertará o se equivocará en sus decisiones; podrá solucionar o no la ruina del Ayuntamiento; los proyectos que se aborden serán alabados o incomprendidos. Todo pasará sin dramas. Lo que la ciudad no le perdonará nunca es que se vaya, que se retire irresponsablemente a un cargo dorado, y que traicione ese torrente de ilusión y esperanza que su llegada a la Alcaldía supuso para la mayoría. Es verdad, Roma no paga traidores; y León no perdona a los miedosos.
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