miércoles, 16 de febrero de 2011

Oigamos la voz de los jóvenes Europeos

En estos días de crisis me he sentido interesado por las movilizaciones de los jóvenes griegos. Barricadas, lucha en la calle cuerpo a cuerpo y piedra a piedra; manifestaciones, movilizaciones y detenciones de decenas de personas. El tema parece importante, sobre todo cuando algunos hablan de una semilla que corre ya por toda Europa. La verdad es que, pasados los primeros días, y digeridas las primeras imágenes, el asunto desaparece del primer plano de la actualidad, y deja de merecer la atención de los analistas y comentaristas políticos en casi todos los medios de comunicación. Lo que los griegos manifiestan de forma radical; sin que por eso pueda llamárseles antisistema, lo que también muchos manifiestan en España y en todos los países europeos, es la repulsa y preocupación –no sólo estudiantil– contra el denominado Plan de Bolonia. Y esa repulsa está siendo cada día más evidente, aunque las quejas y opiniones contrarias a dicho Plan, que marca el camino para la consecución del espacio universitario europeo, sólo aparezcan de puntillas en los medios especializados, y apenas encuentren eco en las primeras páginas de los periódicos.
No soy, por supuesto, ningún experto en la materia para tener una opinión debidamente formada, pero me preocupa profundamente ver que los jóvenes se sienten excluidos y olvidados por el sistema. Ver que nadie hace caso ni parece preocuparse por su clamor a voces contra una reforma que, tras el plausible objetivo de homologar las titulaciones en toda Europa, esconde una auténtica carga de profundidad contra la universalización del derecho de acceso a la universidad en condiciones de igualdad, y que supone –según palabras de mi admirado Juan José Millás– convertir la Universidad en una simple correa de transmisión, de los intereses empresariales. Los estudiantes universitarios que conozco me dicen que el Plan supondrá una depreciación del nivel académico, y que requerirá más gastos para las familias que quieran que sus hijos tengan un título con garantías laborales. Parece que cuando sea operativo, además del devaluado grado universitario –teóricamente gratuito– deberán pagar a precio de oro los título de posgrado o de máster, que expedirán carísimas instituciones privadas y que serán los que realmente darán acceso a los mejores puestos de trabajo.
En esto, como en casi todo, sólo una receta es posible. Información, debate, participación y lucha solidaria por la justicia… Entre tanto, como un triste heredero del mayo del 68, veo con esperanza y sin temor las movilizaciones griegas y el nivel de concienciación que este plan está provocando en algunos de nuestros jóvenes. Ellos son mi esperanza, la única esperanza de este sistema que agoniza. Por eso, además de escucharles, les doy la razón, y hago votos porque ganen para todos esta batalla.

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