Terminaba el otro día esta columna con un compromiso: Hablar de las soluciones adecuadas a la bancarrota municipal. Colosal atrevimiento por mi parte, sin duda. Algún concejal capitalino en ejercicio, con el que he tenido el gusto de encontrarme entre papones y cornetas, me comentaba presuroso que esperaba ansiosamente la segunda parte, es decir, las soluciones. Tranquilidad: La vanidad de saber que al menos un concejal lee esta perorata quincenal no me ciega. Ni tengo las soluciones, ni es posible que pudiera exponerlas en espacio tan reducido.
Sé lo que no sirve. No sirve, precisamente, lo que se está haciendo en la mayor parte de los municipios importantes leoneses: Vender los servicios públicos para pagar facturas atrasadas que no teníamos reconocidas en nuestra contabilidad; aprobar los presupuestos con demasiado retraso, escasa transparencia y previsiones mentirosas- en ingresos donde presupuestamos diez y sabemos que solo ingresaremos ocho; y en gastos donde siempre se gasta más de lo presupuestado-. No sirven las auditorías de escaparate ni los paños calientes en las retribuciones de altos cargos. No sirve la irresponsabilidad de quienes generan o han generado la bancarrota con sus decisiones de mal gobierno.
Sirve, debiera servir, el estudio y el trabajo, sosegado y transparente, sobre la realidad de cada entidad. La sujeción a límites rigurosos de los gastos de personal y de funcionamiento corriente y el análisis, servicio por servicio y área por área, de costes y eficiencia. Y sirve, servirá si nosotros queremos, el buen gobierno, capaz, honesto y riguroso. El de una familia que, sabiendo que los recursos son escasos, prioriza las necesidades y estira los ingresos; debate, discute y finalmente decide, con imaginación, claridad y contundencia, lo correcto: Atender lo necesario, acabar con el despilfarro e imponer la austeridad.
Existen soluciones posibles y distintas a las anticuadas e inútiles que hasta ahora nos han mostrado. A nuestros gobernantes corresponde encontrarlas y proponerlas, y a nosotros exigirles que lo hagan. Este será sin duda el problema central de nuestros pueblos y ciudades en los próximos años y en las soluciones o parches que se apliquen apreciaremos la diferencia entre aquellos lugares en los que se podrá seguir viviendo con razonable calidad y estos otros en los que la bancarrota municipal lo impedirá.
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