miércoles, 16 de febrero de 2011

En memoria de Manuel Rollán

Le conocí hace más de tres años. A pesar de  mis prisas y compromisos  políticos y electorales, tuve la suerte de conocerle. Nos presentó nuestro común amigo Javier Seisdedos; y las mesas del Restaurante de Resti o alguna pradera de Villaquilambre fueron testigos de nuestras charlas, siempre largas y profundas. Artista, pintor, escultor, poeta, vividor. Me pintó a carboncillo un retrato que ahora cuelga en mi salón; me habló con el corazón, me contó mil aventuras y dejó en mí las huellas de su melena chamánica, de sus ojos azules y profundos -ciegos en apariencia y visionarios en realidad- y del amor y el cariño de  una buena persona. Se llamaba Manuel Rollán. Leonés de Boñar de  nacimiento,  viajero impenitente y ávido, fue testigo privilegiado de la historia Europea del arte del siglo XX. Colaboró con Dalí y  Fassbinder y se codeó con los grandes del cine, la pintura y la escultura. Estaba a su nivel, aunque aquí, en su tierra,  nunca lo supiéramos. Ayer en el Musac, en un merecido y entrañable acto, se presentó un vídeo con una entrevista que le hicieron un poco antes de su muerte y se anunció la exposición de su obra en el museo provincial.

Durante el acto, sentí, otra vez, el sino de esta tierra leonesa de olvidos. Del mismo  olvido  en que tristemente falleció Manuel, aunque volvió a León y aunque buscó ávidamente un mínimo reconocimiento público que le reconciliara con su gente. No pudo ser en vida, pero nunca es tarde.

Viendo la entrevista me reí y le recordé –seductor y artista hasta la médula- ; mientras alguien le comparaba con otros leoneses y leonesas, aún vivos y respetados fuera de aquí, pero desconocidos en León, yo me acordaba de que, sin embargo, la mediocridad y la incapacidad son frecuentemente admitidas de forma sumisa y cazurrona y  campan a sus anchas en la mayor parte de los centros de decisión leoneses. Ayer, por todo eso, desprecié en lo más hondo esta especie de fatalidad que nos hace tan difícil el reconocimiento en vida del valor de los mejores de nuestros paisanos, pero que, a la vez, nos empuja a dar nuestra confianza a tantos incapaces u oportunistas; y, cuando lo hice, deseé que -de la misma forma que el valor y el arte de Manuel Rollán serán, finalmente, reconocidos y valorados- esta tierra de buenos vasallos destierre alguna vez a los malos señores incapaces de conducirla al lugar que le corresponde.

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